Bizarrovia
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 NOVELA (título a concretar)

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Sinesforzor

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MensajeTema: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyLun Sep 25, 2023 7:35 am

CAPÍTULO 1 "El hombre de Páramo Alcornoque"

El aura solar comenzaba a recortar las copas de las encinas contra el cielo zafíreo cuando el rechinar de la puerta tronchó el viejo silencio el páramo. La cabaña antigua, chaparra y de piedra fuerte y ancestral no habría podido albergar más de media docena de almas en su vientre oscuro y reducido, equipado apenas con una chimenea agonizante, una mesita maciza, un taburete penitente, y un colchón de pelo en una de las esquinas. Por el espacio sobrante, una perola, media docena de libros viejos, un arcón, un tenedor basto y un plato de barro cocido. Los demás trebejos los llevaba encima Igyolam, hijo de Igyón y de una puerca, según se decía por el valle, que en ese preciso instante de congelación tempranera asomaba la poderosa mandíbula por el marco de la puerta, lamido por el frío del estático aire del lugar.

Un rumor en el costado le anunció el inminente rugido aéreo que estaba a punto de cercenar el pacífico silencio de la naturaleza dormitante. Inhaló aire y bloqueó sus pulmones, flexionó sus rodillas y, contrayendo la musculatura abdominal primero, y la pélvica después, desbocó un sonoro y voluminoso cuesco de crujiente constancia que anunció el amanecer, como una trompeta celestial, a toda bestia, ave y espíritu que vagase a aquella hora por las inmediaciones. Irguiose satisfecho tras liberar sus pulmones con un gemido que puso fin a la vibrante nota, y volvió a llenarlos profundamente con el aroma dulzón y personal que corría ahora ligero hacia las alturas. Igyolam, pertrechado con un pellejo de leche grumosa de burra al hombro, y el hacha de la leña a la espalda, sacó una tira de jerky especiado de un saquillo colgado del cinturón y le pegó un bocado alegre y violento. Cerró la puerta de un golpe seco, con una fuerza tan habitual como innecesaria, y echó a andar. La noticia del torneo local le llegó hace una semana y debía marchar temprano para llegar a tiempo al pueblo.

El caminar era seguro, bamboleante, a pesar de la corpulencia de unos músculos machacados a base de mucho trabajo físico y de dormir en un colchón deficiente. El taburete cojo de las comidas tampoco ayudaba a sostener la rectitud de su pobre columna vertebral, condenada a cargar el peso de aquel golem de carne. Más le habría valido a nuestro habitante del yermo clavar un respaldo a aquella maldición de asiento, pero un orgullo íntimo y masculino le reconfortaba al padecer aquellas dolencias cotidianas, aunque aquello le valiera una soberana mierda de salud postural. Y sin embargo caminaba con gracia, sacudiendo las protuberantes posaderas de una forma casi esbelta. Cualquier palurdo extraviado habría confundido a aquel hombre con la visión de un híbrido mitológico entre un semidiós y un ogro. Un héroe troláceo, gallardo y salvaje.

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CAPÍTULO 2 "El Camino de las Moras"

El Sol bañaba ya sin obstáculos la totalidad del valle en un día hermoso y despejado. El silencio que dominaba el Camino de las Moras, poco concurrido aquella mañana, tan solo era interrumpido acompasadamente por el paso perezoso de una hermosa yegua castaña. Su jinete, tocado con un bonete plano de tela negra elegantemente ladeado que ocultaba la cabeza afeitada, combatía lánguido y ojeroso contra el peso de sus párpados, oscilando el tronco de lado a lado, a punto de rendirse al sueño. Había viajado toda la noche, y la monotonía del camino, sumada al sonido hipnótico de las pisadas de su montura, y a la calidez solar que ya desvanecía el frío de la madrugada, sumía al hombre en una placidez que invitaba a entregarse a una breve cabezada. Finalmente el cuello cedió y la cabeza se sumó al balanceo de su cuerpo, tanto que, en un vaivén demasiado pronunciado por el impulso de la mollera inerte, ésta tiró del resto del individuo precipitándolo hacia el suelo.

El choque del la tierra húmeda y fría lo despertó, pero decidió quedarse allí tendido un instante, con media cara palpitando por el impacto y la barba hundida, casi acomodado en el repentino lecho agreste. Tras un par de respiraciones profundas se levantó con toda la dignidad del mundo, se desperezó con un ruidoso bostezo, se recolocó la gorra, y sacudió un par de palmadas afectuosas en los cuartos traseros de su yegua, que se había detenido sin el menor sobresalto.

-Qué acontecimiento, Casandra. He necesitado el divino manotazo de la Madre Tierra para sacudirme el letargo de esta travesía infinita, como si los Dioses hubieran acudido en ayuda de su mejor soldado, y es que no es tolerable la demora en la misión que nos ocupa.

Habría jurado que la yegua le devolvió la mirada con compasión.

-Hipogrifa bastarda, qué calado me tienes. –Dijo sacudiéndose con enfado el barrillo de la cara y el jubón.- Casi se me mete la espada por el culo.

Ser Kapp de Sinesforzor, o el Justo de Sinesforzor, era un caballero cuya reputación no se sustentaba en hazañas guerreras, sino en una veneración generalizada hacia su persona, provocada por su amabilidad, buen aire, sabiduría y discurso embaucador. Tal era la devoción de la gente que le rodeaba que olvidaban, a pesar de su distinción militar, que nadie le había visto jamás desenfundar la espada. Aquello contentaba a Kapp, que no gozaba ni de montar a caballo, ni de jugarse el cuello en peleas. Y sin embargo allí estaba, a caballo, camino del torneo, a punto de embarcarse en un cometido que le cambiaría la vida y sin duda pondría en juego su preciado gañote.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyLun Sep 25, 2023 10:48 pm

CAPÍTULO 3 "El vino de los Tres Marranos"

Vill Yonman por fin consiguió sentarse a descansar. Llegó al pueblo con la primera luz del día, somnoliento y con una larga lista de recados. El rector del Archivo Regional, donde trabajaba como ayudante y copista, le había encargado la tarea de adquirir materiales que necesitaban ser repuestos: plumas, pieles para restaurar tapas de libros, cordel, velas, tintas de varios colores, aceite, cepos para ratones… Incluso un paquete personal de su jefe que debía recoger en la trastienda de una destilería. Pero más que el abuso de ser utilizado para los menesteres particulares de su superior, le amargaba el haber tenido que desplazarse hasta el pueblo para recorrerlo de arriba abajo, tratar con una docena de comerciantes y volver cargado como una infeliz mula. Por esa misma razón decidió darse el capricho de un descanso en una mesa de la posada de Los Tres Marranos, donde pidió vino y pan. No era aficionado al vino, ni al pan duro, pero poder disfrutar de un refrigerio por voluntad propia y en calma durante un pequeño intervalo en el que no mediaran asuntos del trabajo, era regalo suficiente.

Bebió un sorbo de vino agrio, peleón, y casi de forma refleja partió un pedazo del mendrugo para llevárselo a la boca y aplacar el sabor avinagrado del oscuro brebaje. Masticó con esfuerzo y tragó el bocado seco también con dificultad, tanta que tuvo que empaparlo a su vez con otro trago de vino. Se sintió desdichado, pero había tenido la suerte de conseguir asiento en una mesa junto a la ventana, donde observaba a los lugareños para distraerse. Un grupo de jóvenes corrían entusiasmados hacia un terreno abierto en las afueras, donde el torneo debía estar a punto de empezar. Eran competiciones de poca monta, en las que rufianes, bandidos y matasietes de tercera llegaban de todos los rincones a jugarse el pescuezo por una bolsa de monedas y los vítores de los campesinos, que una vez por estación tenían el incentivo de un espectáculo sangriento en el que, además, podían apostar.

“Apostar”.

Vill se removió en el asiento. Nunca había apostado en nada, la perspectiva de perder dinero suprimía cualquier ilusión por la posibilidad de ganarlo. Tampoco sentía que los reñideros, que eran como picadoras de carne rodeadas de un graderío vociferante y enloquecido, fueran su lugar. Pero ese día se sentía especialmente desencantado con sus quehaceres y, envalentonado también por el vino ponzoñoso, comenzó a tramar una discreta vileza.

Sus superiores le habían dado el dinero justo para todos los recados, incluido el viaje de vuelta. Y eran las monedas de cobre destinadas a pagar la plaza en la carreta de regreso las que aún le quedaban en la bolsa. Tal vez podría invertirlas en algún desgraciado del torneo para multiplicar su fortuna. Por un momento se permitió ilusionarse. Fantaseó con llegar a ahorrar lo suficiente para dejar el Archivo y cumplir su sueño. Pero, ¿cuál era su sueño? Qué más daba, ya habría tiempo para pensarlo. De momento solo tenía que  identificar a su adalid, suficientemente prometedor, y suficientemente poco confiable. ¿Cómo se seleccionaba a alguien así?

Se levantó, largo, delgado y tambaleante por el impacto cerebral de aquel medio vaso de vino infame. Emprendió su camino hacia la salida con un andar atropellado, pero tuvo que volver torpemente sobre sus pasos a por su saco repleto de trastos, que por poco dejó atrás. El entusiasmo razonablemente beodo le impedía ver que, en caso de perder la apuesta, tendría que regresar a pie.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyJue Sep 28, 2023 6:22 am

CAPÍTULO 4 "El hombre de la cabeza afeitada"

Las gradas se alzaban apabullantes en torno al suelo de barro rojizo. Siete filas de asientos que rodeaban el pozo de combate y que albergaban a gran parte de la población local junto a algunos visitantes cercanos atraídos por el espectáculo. Los gritos ensordecían a Igyolam, que trataba de mantenerse en pie sobre el lecho fangoso en el que sangre y tierra se fundían en una macabra pasta granate y traicionera.

-¡Pelea, marrano!

La gente aullaba y reía con violencia.

-¡A ver si te matan de una vez, hijo de una cerda!

Igyolam, resuelto a no dejarse afectar por aquellos ataques, se concentró en su respiración. Las pasiones enturbiaban su desenvoltura y necesitaba toda su concentración. Apretó las manos en torno al mango de su hacha vieja, y se concentró en la presión y en el tacto de la madera. Un hacha vieja pero afilada con obstinación minuciosa. Letal. Fijó la vista en su contrincante al otro lado del pozo: un hombre de cabeza afeitada y con barba, fuerte, confiado. Demasiado confiado, casi arrogante. Se cubría con una coraza de acero y un escudo de roble en la mano izquierda. En la derecha, una espada de buena factura. Sin duda el hijo menor de alguna familia importante venido arriba. Se fijó en el blasón del escudo: un lobo de plata sobre rojo. ¿Un Volk? ¿Un Allaid? Igyolam no sabía mucho de heráldica, pero le bastaba saber que quien tenía enfrente le subestimaba.

-¡Marrano!

“Mierda de gente”. Cerró los ojos y respiró hondo. Tenía calor. Tan solo vestía una camisa de arpillera parcheada, unos pantalones del mismo tejido y unas abarcas viejas sujetas con cuerdas, pero el ardor de la concurrencia comenzaba a asfixiarle y su mente se embotaba poco a poco. Había que terminar rápido.

Su contrincante se acercaba despacio pero no cauteloso, agitando la espada en el aire con rotaciones de muñeca, esbozando una media sonrisa, seguro de que aquella especie de campesino armado con tela de saco y el hacha de su bisabuelo apenas iba a durar un asalto. Igyolam correspondió el acercamiento con pasos fuertes para evitar resbalones, y cuando estuvieron al alcance de las armas, se tentaron mutuamente. Los rugidos del público aumentaron progresivamente. El caballero, parcialmente cubierto por el escudo pintado, comenzó a vociferarle con voz burlona pero agitada.

-¿Qué pasa marranito? ¿Te hacen falta unas moneditas para comprarle un poco de forraje a la mamá? ¿Tiene hambre? ¿Por eso estás aquí?

-Vas a morir chillando.

La provocación fue suficiente para movilizar al caballero, que optó por arremeter empujando el escudo para desequilibrar a Igyolam. Éste, con los pies anclados como dos árboles al barro sangriento,  respondió a tiempo adelantando el cuerpo con un golpe frontal que frenó el escudo con el palo del hacha, sujeto con ambas manos, como si sacudiera dos puñetazos simultáneos. El impacto anticipado desequilibró a su contrincante. El desgraciado perdió pie y alcanzó a dar tres nerviosas zancadas en falso resbalando en el sitio de forma abrumadoramente patética, al tiempo que se escurría y caía de bruces al barro. Un grito unánime envolvió el impacto. Instintivamente, el caballero gateó en retroceso, quiso erguirse, tan raudo y con tan mala fortuna que un nuevo resbalón le condenó a caer de culo hasta chocar la espalda con el fango. Buscó apoyo con el codo de la espada en el suelo para poder alzar el escudo. Pudiérase decir que la imagen que debió contemplar, la de un colosal Igyolam casi cenital acercándose con paso tranquilo, le aterró en exceso al caballero de la cabeza afeitada y el escudo de lobo, porque profirió un grito tan rasgado, agudo y porcino, que hizo enmudecer al público de pura vergüenza. O miedo.

En apenas un respiro Igyiolam levantó su arma, mordedora de troncos y afilada hasta la obsesión, por encima de su formidable cabeza y, con un gemido que vació sus pulmones, la descendió con tal potencia, velocidad y precisión, que el ojo espectador apenas pudo procesar cómo en un parpadeo barrió el borde del escudo con el mango, aterrizó en el cráneo enemigo y lo seccionó limpiamente en dos hasta la base del cuello y un poco más allá, hasta que la coraza detuvo el talón del hacha. Pasadas las cuerdas vocales el grito se convirtió en un soplido burbujeante, y la cabeza afeitada cayó sobre ambos hombros como dos mitades de un melón, colgando aún de la piel del cuello.

El silencio del público dio paso a un bramido de emoción indescifrable, Igyolam no identificaba si era celebración, odio, sorpresa, o simplemente un cochino desahogo. Qué más daba. La gente solo buscaba la catarsis en aquel tipo de espectáculos, un volquete excesivo de pasiones focalizadas en cualquier distracción, prefiriendo derramar sus frustraciones y descontentos en el barro, en lugar de enfrentarse a la intimidad de sus pensamientos en un instante de calma. “Que griten. Que yo les oiga gritar”. Escupió en el dibujo del escudo.

Mientras se dirigía al portón, barrió con la mirada las gradas, y no pudo evitar detenerse en un individuo que, a diferencia del resto, permanecía sentado y en silencio pero con una sonrisa de satisfacción. Comía un puñado de algo que parecían moras, y cuando sus miradas coincidieron alzó una con pomposa solemnidad a modo de brindis. Tenía barba, y se le intuía la cabeza afeitada por las sienes que dejaba al descubierto un bonete de tela negra ladeado. Tenía la ropa manchada de barro.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyJue Sep 28, 2023 2:07 pm

CAPÍTULO 5 "Lo que busca cada uno"

Ser Kapp bajó las gradas sintiéndose dichoso por la ejecución que acababa de presenciar, porque llamarlo combate sería sencillamente una calumnia demasiado amable para el rufián al que le acababan de alumbrar el interior de los sesos con semejante belleza de hachazo. El de Sinesforzor había venido sabiendo lo que buscaba, y lo había encontrado.

Al salir del reñidero que la gente del pueblo había bautizado como La Caldera, buscó la salida de los combatientes, y allí lo encontró: un hombre de su estatura hecho uno con la fuerza de la tierra, un mendigo ciclópeo apenas turbado por la intensidad que había desbordado el recinto. Aquel al que insultaban llamándole marrano se detuvo, y allí mismo donde había detenido su paso, se desabrochó el pantalón, descubrió su pene y se dispuso a echar una meada bovina, sonora y abundante, sobre la hierba.

Kapp se limpió las manos manchadas de zumo de mora en la jaqueta justo antes de alcanzar al campeón.

-Felicidades.- dijo tendiéndole la mano.

El campeón, que se acababa de guardar el pene tras un par de sacudidas, se limpió a su vez las manos en la camisa y correspondió a su admirador con un apretón.

-Gracias.

-¿Puedo invitarte a unas jarras?

-¿Has apostado por mí?

-No, aún no.

-A partir de este combate habrá más apuestas a mi favor. Tendrías que habértela jugado antes.

-Por lo que he oído en este pueblo suelen apostar mucho por ti. Al parecer es una circunstancia que asegura la satisfacción: si ganas, ganan dinero, y si te tumban, se alegran igual, aunque pierdan dinero. ¿Cómo es eso?

-Pregúntales a ellos.

-No me hace falta, quería saber qué me respondías tú.

-Si ya sabes por qué lo hacen, ¿para qué me preguntas?- el campeón comenzaba a mostrar impaciencia.

-Ya te he visto matar, solo quería escucharte. Qué preciosidad de golpe, por cierto.

-Ya. Gracias. Ahora mismo no me apetece ser escuchado así que di lo que carajo sea que has venido a decirme y déjame.

-Está bien, pero déjame invitarte a una cerveza.

-La posada más cercana es la de los Tres Marranos y no pienso ir ahí. Y no me quiero alejar, que en un rato tengo que pelear otra vez.

-Entiendo lo de la posada. Sentémonos en esas piedras entonces, tengo un pellejo de vino. También tengo moras, el camino está repleto.

Se acercaron a las rocas que sobresalían junto al lindero del bosque que marcaba el final del pueblo. Allí compartieron el vino. El campeón no quiso moras.

-Te llamas Igyolam, ¿no?

-Sí.

-¿Sabes quién soy yo?

-Eres ese caballero con vocación de monje que le cae bien a todo el mundo.

-Exacto. Ser Kapp de Sinesforzor. Y a ti sin embargo la gente te utiliza para asustar a los niños. Solo que te llaman el Marrano.

Igyolam apretó la mandíbula.

-Y a ti, ¿cómo te llaman? El Justo de Sinesforzor. He oído hablar de ti. Aún estoy esperando a escuchar alguna historia que lo avale. Por lo que yo sé te dedicas a ir haciendo amistades, contando historias y regalando oídos, pero nada que realmente merezca admiración. Ni una perra hazaña. Solo palabras y buena cara. Me apuesto el hacha a que no has tenido que afilar tu espada ni una vez desde que la forjaron. Mejor sería llamarte el Justo y Sin Esfuerzo. Charlatán de mierda.

-Vaya. No esperaba que alguien tan solitario y tciturno hiciera oídos a nada que no fueran los rebuznos de su mula. Cualquiera diría que te importa lo que dicen las gentes.

-Es una burra, no una mula.

-¿Puedo hacerte una pregunta?- Igyolam no mostró reacción.- ¿Por qué vienes? Aquí, digo. A estos torneos.

Igyolam le miró con brusquedad.

-Para callar bocas.

-No te está funcionando, compadre, les has hecho gritar como locos.

Igyolam apartó la mirada y respondió con silencio. Kapp reanudó el interrogatorio.

-¿Te gustan los libros?

Igyolam se levantó de la piedra, encendido.

-¿Se puede saber qué puñetas quieres? ¿Por qué te has preocupado en saber tanto de mí? No sabes nada. Eres un pisaverde del demonio. Un gomoso ridículo cuyo mérito más memorable es hacer reír a borrachos y seducir herboleras. ¿Te diviertes conmigo? Seguro que te mueres de ganas de alardear de ello después en la posada.

-¿Estuviste enamorado de alguna herbolera?

-Te mato aquí mismo.

-Sobre lo último que has dicho,- interrumpió Kapp levantando la mano alarmado, Igyolam estaba echando mano del hacha.- no. No tengo intención de utilizarte como divertimento, ya te he dicho que solo quería escucharte. Y conocerte en persona. Sobre lo de no saber nada, bueno, sé que eres un Estepario. Sé que tu pueblo migró huyendo de una matanza hacia la estepa, y que solo unos pocos llegaron al valle. Sé que os llaman marranos y que os desprecian. Y os desprecian porque os tienen miedo, porque sois fuertes e ingobernables. Y ahora compruebo que, como tantos otros de los tuyos, también cargas con la tristeza de tu pueblo y el odio de éste. Perdóname el comentario de la herbolera, era un chiste sin gracia.

El campeón se quedó paralizado, todavía con el hacha en la mano. Habló sin mover un músculo.

-Cómo sabes todo eso.

-Está en los libros, amigo. Conoce la historia y conocerás a las gentes. Eso ya lo sabes. Se te ha llegado a ver con un libro bajo el brazo. No pareces ningún animal, como dicen por ahí.

-Qué putas mil maldiciones del infierno quieres.

-Un escudero.

-¿Qué?

-Apostar por ti. Quiero un escudero. Un acompañante.

-Tú lo que quieres es un guardaespaldas.

-¿Y qué quieres tú?

-Nada. No quiero nada.

-¿Pretendes que me lo crea? No vienes a ganar torneos por renombre o dinero. Estás tan empeñado en hacer acopio de tus emociones que el dolor se te sale por los ojos, resuelto a fingir que nada te importa y que vives en paz. Pero he visto cómo te hieren las increpaciones de esos aldeanos, por mucho que aparentes estar por encima de todo eso. Hay algo que buscas, aquí y en los libros, y que por mucho que insistes no encuentras.

-Y seguro que también puedes decirme lo que busco.

-No estoy seguro. Quizá buscas tu lugar dentro de este mundo, no lo sé. Podemos averiguarlo juntos.

Igyolam bajó la mirada, aturdido, respirando pesadamente. Kapp prosiguió.

-Hace diez años en este mismo pueblo hubo una reyerta. Tres esteparios discutieron con un grupo de locales mucho más numeroso. Fueron detenidos y colgados sin juicio al amanecer. En honor a aquel incidente rebautizaron con orgullo la posada que hace esquina con la plaza.

-La posada de los Tres Marranos.

-De momento te propongo ir allí y que nos den de comer. A ver qué pasa.

-¿Has corrompido a la hija del posadero y quieres un protector? ¿O le debes dinero?

-No, Odell es mi devoto amigo. Y quiero que nos sirva un plato de conejo al ajillo con su mejor sonrisa.

-Ya. Y querrás que te lleve a hombros también.

-No hace falta, tienes unos cuartos traseros impresionantes, pero ya tengo yegua.

Igyolam río. Deambuló negando con la cabeza hasta dar la espalda a su interlocutor. Kapp aguardó la respuesta del estepario.

-Venga pues, vamos a por ese conejo.

Kapp se incorporó con una sonrisa. Se colgó la bota de vino, se lanzó la última mora a la boca y pusieron rumbo a la posada.

-¿Quién era el caballero que he matado?

-¿Caballero? – Kapp rió.- Qué caballero ni qué carajo, era un bandido de tres al cuarto que había robado lo suficiente para comprarse un peto y una espada. Hasta le llegó para mandar que le pintaran ese lobo amorfo en el escudo. El Licántropo se hacía llamar. Un patán. Habría que estar borracho para apostar por él.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyVie Sep 29, 2023 3:06 am

CAPÍTULO 6 "El incidente"


-No me cuentes historias, dame mi dinero.

-Lo siento, de verdad, de corazón. He tenido mala suerte.

-Mala suerte no, estabas borracho y has apostado por quien no debías. Y me debes el vino y la hogaza.

-Bueno, ha sido un mendrugo, y no me he bebido todo el vin-

-¡Que no te vas a mover de aquí hasta que me pagues!

Odell el posadero había emboscado a Vill Yonman cuando pasaba por delante de la posada de camino a casa. La rabia por haber perdido la apuesta y tener que cargar con el fardo repleto hasta el otro lado del valle a pie le hicieron pasar por alto aquel peligro. Había perdido todo el dinero que le quedaba en la bolsa. “Vaya soberana mierda de día”.

-Escuche, buen hombre. Por favor. Por favor. Tengo que volver al Archivo, mañana volveré al amanecer con su dinero y un extra por las molestias. Se lo juro.

-Mira, -Odell agarró la túnica del joven archivista con unas manos enormes.- me estás calentando. No he levantado esta posada fiando a forasteros, y menos a ratas de biblioteca roñosas como las de tu calaña. Si no me pagas me vas a dar todo lo que tienes en el saco.

Se había formado un corrillo de curiosos divertidos en la calle que observaban al muchacho en manos del dueño de la taberna. El saco, con todo el material de los recados, descansaba en el suelo. Vill sudaba copiosamente maldiciendo la hora en la que se había despertado esa mañana.

-¿Qué pasa aquí?

Ambos, archivista y posadero giraron la cabeza hacia la voz interrogante. Un caballero con espada a la cintura y tocado con un bonete negro se había adelantado. Le acompañaba un hombre fornido con aspecto pordiosero.

-¡Ser Kapp! Qué grato encuentro. Tal vez me podáis ayudar con un asunto de justicia. Este moroso me debe una jarra de vino y una hogaza de pan. Se equivocó apostando.

-De-de hecho era un mendrugo y un vaso de vino…- Tartamudeó Vill levantando las manos, aún amarrado por el mesonero.

-Vamos, Odell, es un chaval. Un hombre de cultura, de hecho, a juzgar por su túnica de archivista. Merece más respeto, no seas bruto.

-¿Hombre de cultura? ¡Já! ¿Qué coño hacía apostando en La Caldera?

-Somos jóvenes, y de vez en cuando tenemos derecho a concedernos alguna que otra licencia tentadora. Además, el Licántropo tenía un aspecto muy fiero. Casi apuesto por él yo también.

-Me da igual, ha perdido su dinero y yo no he cobrado.

-Pues ya te lo pago yo, compañero. Qué ha sido, ¿un mendrugo de pan y un chato de ese vinagre que vendes? Tampoco hay que montar bulla por esa nimiedad.

El tal Ser Kapp quitaba hierro a la situación con su tono desenfadado. Parecía desenvolverse bien con el público, como si los mirones le dieran confianza. El posadero soltó a Vill.

-Con todo el respeto, Ser, no quisiera yo faltar a vuestra honra ni buena reputación, pero me obligáis a recordaros que, de hecho, ya me debéis varias comidas.

-Anda.

El desparpajo se esfumó del rostro del caballero. El hombre harapiento que lo acompañaba le miraba de reojo, muy serio. Ser Kapp habló con gravedad, no exenta, sin embargo, de cierto toque de… ¿aflicción?

-Odell, os aprecio como a pocos. Honestamente, me entristece que aireéis un asunto personal, enraizado, por cierto, en la confianza mutua que nos tenemos y que a ojos de los vecinos podría adquirir un cariz, digamos, aprovechado por mi parte. Será mejor que vayamos dentro y…

-¡Un momento!- interrumpió el posadero. Señaló al acompañante de Ser Kapp- Qué hace él aquí.

-Viene conmigo, Odell.

-Lárgate de aquí, marrano. ¿O quieres que rebautice mi posada y cambie el tres por el cuatro?

La gente pareció advertir la presencia de aquel hombre y muchos comenzaron a retirarse apresuradamente. De la entrada de la posada se aproximaron amenazantes tres parroquianos de aspecto fiero. El hombre increpado avanzó lentamente hacia el posadero sin que ningún ojo se apartara de él. Habló con una tranquilidad glacial.

-Ya has hecho tu numerito de hombre valiente amenazando a un escriba desarmado delante de todos. Hay un reñidero muy cerca, por si quieres pasar al siguiente nivel.

-¿Quién demonios te has creído, engendro?- Al posadero, rojo como un tomate, le temblaba la papada.- Te vamos a matar aquí mismo, marrano asqueroso, ¡llamad al alguacil! ¡Que vengan los guardias!

El puñetazo del tal “marrano” surcó el aire como un rayo y tronó al estamparse contra la mandíbula del tabernero, que cayó seco como un peso muerto. Todo lo que aconteció después ocurrió muy deprisa. Los tres hombres, y un cuarto con delantal que salió de la taberna soltando una escoba, más joven que el posadero derrotado y presumiblemente su ayudante, se abalanzaron contra el agresor. Ser Kapp detuvo al que tenía más próximo, uno considerablemente grande, y le trabó los brazos inmovilizándole y cayendo ambos al suelo en una sólida pinza. En torno al hombre harapiento se sucedió un intercambio de puñetazos vertiginoso y feroz entre él y los otros tres. Los pocos mirones que quedaban salieron por patas pidiendo ayuda.

Vill podría haber huido, ya que su percance pasó a ser el más irrelevante de los acontecimientos que estaban teniendo lugar. Pero una profunda sensación de agradecimiento y admiración hacia aquel sujeto andrajoso le mantuvo allí. Tampoco podría haber ido muy lejos con todos sus bártulos, y abandonarlos allí tampoco era una opción. No, después de todo lo que había padecido ese día. Buscó algo que le sirviera de arma, porque contra el peso de aquellos contendientes poco podía hacer. Corrió sin rumbo...

Hasta que la vio. El segundo tabernero había dejado tirada la escoba junto a la entrada del local al salir. La agarró y se acercó por detrás de uno de los hostigadores de su improvisado aliado, justamente el del delantal. Levantó el utensilio con ambas manos y le sacudió un escobazo tal que se partió el palo en la cabeza de su víctima. El hombre cayó al suelo aturdido, tapándose la maltrecha coronilla. Vill retrocedió. El corazón se le desbocaba. Al caerse, del cinturón del joven posadero cayó a su vez un gran cuchillo que cocina y, cuando el hombre se recompuso, lo vio y lo cogió raudo, como percatándose en ese momento de que lo llevaba encima desde el principio.

Se volvió hacia Vill con la cara desencajada y el cuchillo en ristre. El archivista, reconvertido ahora en inseguro malhechor, levantó instintivamente la mitad del palo que le quedaba en la mano derecha, afilado allí donde su estructura colapsó contra el cráneo de su oponente. Se tentaron. El del delantal amagó un par de machetazos pero Vill mantenía la distancia ladeado, retrocediendo y sin dejar de apuntarle al pecho con el palo puntiagudo. Su rival se abalanzó con seguridad lanzando una cuchillada directa al vientre y, de forma también instintiva, Vill Yonman saltó a un lado esquivando el golpe y, apoyando firmemente los pies, recuperó impulso para hincar el palo en las costillas de su potencial asesino.

El grito desgarrador le hizo soltar el palo, que permaneció allí donde había sido clavado como una bandera conquistadora que reclamara un territorio. Vill retrocedió, exaltado y  aterrorizado a partes iguales. El resto de la calle, difuso durante la pelea, fue tomando forma poco a poco. Kapp aún sujetaba al parroquiano mastodonte rodando por el suelo, pero el tercer luchador, el heroico harapiento, se alzaba en mitad de la calle con la cabeza gacha y chorreante de sangre, respirando costosamente. A sus pies yacían sus dos oponentes, con las caras irreconocibles por la apocalíptica sucesión de trompadas que habían recibido.

El caballero liberó a su presa, que se levantó hecha una fiera del suelo, preparada para atacar a los vencedores pero, al inspeccionar el escenario, con tres aliados noqueados y uno retorciéndose de dolor con medio palmo de estaca clavado en las costillas, se lo pensó un instante y salió corriendo. Kapp se levantó.

-¡A los establos, rápido!- Ordenó.

-Yo no tengo caballo.- exclamó Vill.

-Ni yo.- dijo el  harapiento, agotado.

-Alguno habrá que podáis coger. No os preocupéis, conozco al alguacil. Es amigo mío.

Vill intercambió una mirada inexpresiva con el harapiento.

-¡Vamos!- apremió Kapp, visiblemente preocupado.

Los tres echaron a correr siguiendo al caballero. Vill frenó en seco y retrocedió para recuperar el equipaje, que a punto estuvo de dejarlo atrás, otra vez.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyLun Oct 09, 2023 4:03 pm

CAPÍTULO 8 "Los guardias de la marmita"


Igyolam cavilaba sobre lo que había acontecido en la última hora. Recostado sobre unos sacos de trigo, saboreaba la satisfacción del desagravio frente a la taberna como ninguna victoria anterior en La Caldera. ¿Por qué? Todos los combates en el barro habían sido desquites por el odio recibido durante años, ¿por qué este altercado le producía tan renovado contento? Recordó la conversación con Kapp. Pareciera todo un plan urdido por el caballero, que aparentaba conocer sus desvelos mejor que él mismo. Percibió el sabor ferroso al pasarse la lengua por el labio seccionado y aún sangrante, la ceja le palpitaba con fiereza, así como el pómulo izquierdo. Al menos aún conservaba todos los dientes. El dolor no le molestaba, al contrario, resultaba una suerte de regusto dulce tras un sabroso bocado. Se fijó en el archivista, blanco como la vela que acaba de encender para alumbrar el lugar. Solo mencionó que se llamaba Vill desde que echaron a correr.

Habían bordeado el pueblo hasta llegar a la parte trasera de un granero en las afueras en el que habían conseguido colarse, y desde cuya puerta principal podía verse la salida del pueblo que daba al Camino de las Moras, justo donde se encontraban los establos. Ser Kapp vigilaba las caballerizas desde el resquicio de la pesada puerta entreabierta del granero. Había empezado a llover.

-Los guardias siguen sin moverse, me cago en toda mi mil veces maldita calavera- musitó el caballero sin apartar la vista.- Hemos tardado demasiado.

Igyolam había visto a los guardias cuando se asomó minutos antes. Eran dos, armados con lanzas, yelmos cónicos y cotas de malla bajo los tabardos dorados con el blasón de los Coire: Una marmita negra escupiendo fuego rojo sobre oro. El estepario poco sabía de heráldica pero conocía bien esa insignia, los Coire gobernaban la región desde un castillo no muy lejos de ahí, eran los dueños del reñidero y sus guardias lo custodiaban. Nunca había tenido altercados con ellos más allá de burlas puntuales. Pese al desprecio que le profesaban, nunca buscaron provocarlo hasta la pelea. Quizá era por eso. Quizá, al ser responsable del espectáculo que se generaba en torno a él, en el que todo el pueblo purgaba sus miserias en forma de insultos, acabó resultando de cierto interés para aquellos que dirigían el negocio. Aquel pensamiento le resultó amargo, porque parecía reducirlo a un simple bufón, y cuando él creía estar dando una lección  sus enemigos en realidad solo les estaba entreteniendo, o aún peor, ayudando a que focalizaran su rabia sin más consecuencias que la de que volvieran desahogados a sus quehaceres.

Por eso le supo tan bien el puñetazo al posadero y la paliza a sus camaradas, porque con eso había transgredido lo que se esperaba de él: que peleara en un entorno controlado. Generar aquel caos en mitad de la calle, frente a la posada infelizmente bautizada como “Los Tres Marranos” y haciendo huir a las masas aterrorizadas, le supo a auténtica venganza.

Ser Kapp dejó la puerta y volvió con ellos.

-Tenemos que pensar algo, tienen secuestrada a Casandra, y también hay un caballo más. Los necesitamos para largarnos de aquí.

-Solo son dos, nos acercamos y los matamos.-resolvió el estepario.

-Para el carro, compadre, desde esta distancia les daría tiempo a dar la alarma, y además ya tenemos un muerto en nuestro haber.- Dijo Kapp mirando de reojo al archivista, que seguía blanco y con la mirada perdida.

En la huida oyeron gritar que había muerto un hombre. Los tres habían supuesto que se trataba del joven ensartado por Vill. Igyolam discutió con el caballero.

-¿Qué más da uno que tres? Ya nos hemos declarado enemigos de este pueblo.

-Una cosa es un muerto en un incidente de taberna, que es algo defendible si alegamos confusión y borrachera, pero liquidar a dos hombres de Gerardus Coire premeditadamente es firmar nuestra sentencia de muerte.

-Ya sabías lo que iba a pasar, todo esto ha sido cosa tuya. ¿Pensabas salir airoso?

-En efecto, ha sido cosa mía, y sí, aún pienso salir airoso.

-Claro, como no has sido tú el que se ha ensañado a tortazos…

-Si insinúas que voy a dejar que os cuelguen a ti y al escriba estás equivocado. Ahora eres mi escudero y este joven también nos puede ser de utilidad. Además te ha asistido valerosamente y eso lo tengo que recompensar.

-Yo no he dicho que vaya a ser tu escudero, me cago en mil infiernos.

-Sosiego, rapaz, los nombramientos se harán a su debido tiempo. Por ahora tenemos que pensar algo para huir sin derramar de sangre.

-Están registrando todo el pueblo y los alrededores, en cualquier momento entrarán aquí y te aseguro que no me voy a dejar atrapar.

-Bien, pues propón algo.

-Salimos tú y yo, hacemos la pantomima de tenerte como rehén poniéndote el hacha al cuello y amenazo con matarte si hacen algo. Cuando estemos lo suficientemente cerca te lanzas a por uno y yo a por el otro.

-¿Y si “hacen algo”? Das por hecho que los Coire me aprecian de algún modo.

-Eres caballero, tu título tiene que valer algo para ellos. Además tú no atacaste a nadie directamente. Si hasta has dicho que eras amigo del alguacil, maldita sea.

-Sí… Podría ser. Soy querido en el pueblo, podemos aprovechar mi reputación inmaculada. Puede funcionar.- Kapp puso la mano sobre el hombro de Vill.- ¿Tú qué opinas?

El escriba le miró y se encogió de hombros negando lentamente con la cabeza. Kapp le habló afectuosamente.

-Voy a necesitar que estés listo para correr cuando llegue el momento.


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CAPÍTULO 9 "Argucias"


La lluvia arreciaba en el exterior. Kapp empujó la pesada puerta a un lado y esperó a que Iggyolam le agarrara de la parte trasera de la jaqueta y le pusiera el filo del hacha bajo la barbilla. Avanzó con el estepario tras él. Inmediatamente quedaron empapados por la densa cortina de agua que emborronaba la vista como una bruma plateada. La hierba que separaba el granero del establo amortiguaba el torrente de gotas gruesas, que ya formaban charcos bajo sus pies. Pronto adoptaron sus pasos el sonido lodoso del chapoteo.

Tan pronto como los guardias advirtieron su presencia, Igyolam tronó.

-¡Quietos! ¡Ni amagos ni alertas, o lo mato!

Los guardias se miraron brevemente, lanza, en ristre. Parecían fieros y nada dubitativos. Igyolam apretó el paso mientras hablaba, entrecerrando los ojos por el aguacero.

-No quiero pelea, solo quiero presentar mis condiciones. ¡Quietos he dicho! Con gusto le rebanaría el cuello al figurín melindroso este para mandárselo en cachitos a su puta madre en un barril,- Kapp le miró de reojo, inquieto- pero no tiene por qué correr peligro si no intentáis nada estúpido. En primer lugar, quiero que le mandéis este mensaje al alguacil…

Los guardias, que habían empezado a separarse sin dejar de apuntar con el arma al secuestrador, habían vuelto a detenerse ante la amenaza de éste. Entornaban los ojos por la visión precaria provocada por el chaparrón, quietos como estatuas, tensos. Kapp y su falso captor ya se encontraban a pocos pasos gracias a la distracción del segundo. Habían dejado la hierba para llegar al camino que discurría perpendicularmente a su recorrido desde el granero.

-…y necesitaré dos barriles de vino, uno de cerdo en salazón, un manojo de tomillo, una orza de aceite para conservas, una caja de peras, chufas crudas, almendras… ¡Ahora!

A pocos palmos de los extremos de las lanzas, Igyolam arrojó a Kapp contra uno de los guardias, que, con la mejor de las intenciones, apartó el arma para no herir al caballero. En ese breve lapso, una vez finalizada la argucia del estepario, el de Sinesforzor inició la suya: lanzose a los brazos del guardia, dramático.

-¡Auxilio y amparo! ¡A mí la valerosa guardia de los Coire! ¡A mí, heroicos, que acabo de burlar a la tenebrosa muerte a manos de semejante bestia de las planicies!

El histriónico abrazo trabó al guardia, que tardó demasiado tiempo en advertir la treta. Pronto se empezó a revolver. Tras él, Kapp escuchó una sucesión de golpes que concluyeron rápido con el sonido de un cuerpo cayendo al barro. Pivotó sin soltar al guardia hasta ver, por encima del su hombro, a Igyolam con el hacha dispuesta y el otro soldado desplomado a sus pies.

-¡Todo tuyo, escudero mío!- dijo soltando a su presa y arrojándola contra el estepario de un empujón.

Con el impulso, el guardia perdió el equilibrio con el lodo. Apenas se recompuso, su cabeza voló cercenada por un limpio hachazo, y casi pareció dejar una estela en la masa de goterones que seguía cayendo ruidosamente, antes de aterrizar con un sonoro chof en el fango, medio enterrada. Poco después se desplomó el cuerpo.

-¡Vill, ahora, raudo! –gritó Kapp.

-Por todos mis muertos,- Igyolam le miraba estupefacto- tienes una espada, eres caballero, se supone que puedes pelear contra un cochino guardia.

-No habría igualado una decapitación como esa. Pobre diablo.

-No me habrás metido en este desmadre para mantener tus manos limpias si la cosa se tuerce y nos atrapan.

-Mi querido escudero estepario, yo siempre te defenderé.

-Vete a la mierda mil veces.

El escriba llegó chapoteando con sus enseres a cuestas. Entraron al establo, Kapp liberó a Casandra y montó. Cargó con el fardo de Vill, quien a su vez montó junto a Igyolam en el otro caballo, uno negro y esbelto, provisto de buena silla y correajes. Al salir otra vez al camino, un virotazo se llevó el bonete de Kapp, clavándolo súbitamente en un madero del edificio: Un grupo de guardias se aproximaba vociferando desde el pueblo, y uno de ellos ya estaba recargando la ballesta. El alguacil corría junto a ellos, escupiendo maldiciones. Kapp creyó escuchar su propio apellido junto a un improperio pero decidió ignorarlo, confiando en que la lluvia ensordeciera lo suficiente a sus acompañantes, a quienes exhortó:

-¡Al galope, mis valientes! ¡Veloces hacia el camino de las moras, y luego bosque a través!

Espolearon a sus monturas y huyeron como ratas.
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MensajeTema: Re: NOVELA (título a concretar)   NOVELA (título a concretar) EmptyMar Oct 10, 2023 12:34 pm

CAPÍTULO 9 "Bastión Oro Negro"


A sus 39 años, Durand Dubhar contaba con una excelente forma física. Sin embargo, aquel día habían vuelto los dolores punzantes en el costado. El curandero del pueblo le reclamaba constantemente para supervisar sus síntomas, tanto el dolor de hígado como el color amarillento que adoptaban sus ojos con frecuencia desde hacía un año. Pero no podía permitirse exteriorizar sus aflicciones. Erguido y solemne, Durand Dubhar realizaba sus quehaeceres con disciplina categórica, sin dejar entrever el más mínimo indicio de debilidad. Era alto y de espalda ancha, esbelto y atlético. Una tupida barba negra y sobresaliente enmarcaba su rostro enfermizamente ambarino junto a una melena de igual negrura que lucía peinada hacia atrás. Sus ropas eran negras.

Caminaba por el patio del Bastión Oro Negro hacia su fortaleza central: una edificación de muros gruesos en el interior el patio. El castillo, en su totalidad construido de piedra oscura, constaba de una muralla exterior dotada de cuatro torres, en cuyo patio se alzaban algunas dependencias interiores en torno a la corpulenta torre central, de base cuadrada y poco más alta que la muralla, pero de poderosa estructura. El Bastión Oro Negro se alzaba sobre un risco solitario de sesenta metros en el lecho del gran valle, rodeado en su parte trasera por un meandro del río Viridián, de manera que un acantilado guardaba la fortaleza en las alturas, dejando solo una ladera practicable por la que discurría un camino desde la entrada del castillo hasta el pueblo que se extendía debajo, el Puntaescarpa. Sobre el risco, el Bastión Oro Negro se elevaba tenebroso como un oscuro centinela sobre la llanura del valle, velando el pueblo frente a él, y flanqueado por precipicios de roca.

Durand llegó al portón de la torre central, guardado por sendos hombres de armas que inclinaron la cabeza, y decorado a ambos lados con los blasones de la casa Coire. La tromba de agua que había arreciado horas antes había dejado nubes que oscurecieron la tarde, y en ese momento se hacía patente el anochecer con una oscuridad cada vez más pesada. Cruzó el portón hacia la sala de audiencias, vacía, salvo por algún que otro silencioso sirviente que la recorría con discreción, sumido en sus obligaciones. Continuó hacia una puerta tras el sillón del señor, y de ahí hasta unas escaleras que daban a un pasillo pobremente iluminado del primer piso. Llamó con dos toques firmes a la puerta del fondo.

-Adelante.

Durand Dubhar entró con educada diligencia. En sus aposentos, Gerardus Coire lamía los huesos de un conejo asado. Era corpulento, tocado con una mata de pelo cenizo enmarañado, y lamía los restos con una gran boca de labios finos circundada por una barba de varios días. Una abultada y gruesa nariz rojiza separaba unos ojos negros, pequeños y hundidos, en el centro de un rostro picado de marcas de viruela.

-Señor, ha llegado una paloma de Villa Vereda.

-Y qué dice.

-Ha habido un altercado. Ha muerto Odell, el posadero. Otros tres hombres han resultado heridos, uno de ellos con el costado perforado, el joven que ayudaba al muerto en la posada. Se ha salvado por poco.

-¿Y?

-Los atacantes han matado a dos guardias en la huida.

-¿Atacantes? Pensaba que había sido una pelea de bar.

-Al parecer estaban involucrados un estepario, un archivista y el joven caballero de Sinesforzor. Ellos son los atacantes.

Lord Coire se recostó en el asiento, apoyándose en un codo. Se hurgó con la uña en las muelas hasta sacarse un trozo de conejo y lo masticó.

-Parece el principio de un chiste.

-¿Qué debe hacerse, mi señor?

-El estepario, ¿es el que participaba en los torneos?

-Probablemente, no hay otro en la región.

-Aquél que te dije que me trajeras hace tiempo.

-Nunca aceptó el dinero.

-Debí ser más específico, al parecer.

-Me disculpo, Lord. Lo traeré.

-¿Tengo que recordarte cómo se cotizan los esteparios en el mercado de gladiadores?

-No, mi señor.

-Pues me lo traes o me cobraré de tu salario el doble de su precio.

-De acuerdo, mi señor. ¿Qué ha de hacerse con los otros dos?

-El de Sinesforzor, ese charlatán con aires de bardo arrabalero sodomita ha estado metiendo las narices en asuntos que no le convienen.

-Ser Kapp, señor. Se le ha visto congeniando con los señores de la asamblea. En principio no representa ningún peligro.

-Que le jodan. Tráelo. Y envía la orden de captura a su abuelo, que se termine de morir con vergüenza. Con un poco de suerte nos haremos con sus peñascos y las minas. Qué más.

-El archivista de Piedra Verde.

-Envía la orden de captura al rector con dos de tus hombres. Y que se queden allí por si aparece. Cuando lo cojan que lo desuellen y lo cuelguen de las paletillas en el poblado frente al archivo. Vivo.

-Así se hará.

-¿Cómo… cómo han acabado esos tres desequilibrados envueltos en esto?- Lord Coire parecía haber asimilado lo extravagante de la noticia en ese instante.

-Lo averiguaré.

-Hazlo. Encuéntralos. Temo que el chupapollas ése de Sinesforzor ande tramando… ¿Qué te pasa?

-Nada, mi señor.

-¿Piensas seguir esperando a que ese hígado te mate? Dilo y te ahorraré la espera.-Durand no respondió, imperceptiblemente avergonzado.- No me sirves enfermo.

-No, señor.

-Vete ya.

-Hay algo más.

-Qué puñetas pasa.

-Su hijo, señor. Ser Gaspard. Se encontraba en Villa Vereda apostando, me temo. Los tres prófugos le han robado el caballo… Su caballo.

Gerardus Coire se levantó de su asiento con brusquedad.

-Este chaval es tonto del culo.

Barrió la mesa de un manotazo y comenzó a dar vueltas por el aposento.

-Tráemelos. Y al caballo también.
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